¿Es posible la utilización de chistes como parte de nuestra programación diaria en el aula? Expresión de buen humor es el empleo del chiste o la ocurrencia. La persona ocurrente posee un don natural del que carecemos el común de los mortales. Reacciona con rapidez ante las situaciones más variadas con una dialéctica chispeante, inesperada y a veces genial. La ocurrencia está presente en la conversación cotidiana y surge de un modo espontáneo, como un resplandor que ilumina momentáneamente. Algunas ocurrencias derivan en chistes que se propagan, con o sin añadidos, al margen de su creador original. Algunos chistes son como las ocurrencias: directos e impactantes; otros nos sorprenden por la complejidad de su elaboración y por su desenlace difícilmente predecible.
Así como hay personas que presumen de no tener memoria, otras alardean de no saber contar chistes. Aunque es cierto que la gracia de muchos chistes está en quien los cuenta, también es verdad que otros tienen, en sí mismos, el valor de la síntesis afortunada, como acontece con los proverbios y refranes. Hay muchos chistes que pueden ser contados oportunamente para llamar la atención de un concepto, idea o para promover relaciones que facilitarán el recuerdo y el aprendizaje. No es solo su potencialidad catártica o liberadora (humanizadora) la que confiere al chiste un alto valor en la relación humana, es que, además es un recurso didáctico de extraordinaria eficacia. El chiste se apoya en la reacción inmediata que produce en el alumno, el impacto de su contenido y sirve esencialmente para fomentar la reflexión sobre cuestiones de interés, favorecer el pensamiento asociativo y desencadenar procesos mentales relacionados con el análisis y la síntesis.
(...) Si se desea incorporar chistes y ocurrencias para reforzar otros mensajes, para relajar el ambiente o para hacer más llevadera la dura tarea de enseñar y aprender, se obtendrá una mayor probabilidad de acertar si se tiene en cuenta lo siguiente:
1. El chiste o la ocurrencia no pueden en ningún caso, atentar contra los valores o las creencias, raza, religión, entre otros aspectos, de ningún alumno de la clase.
2. Deben ser utilizados con sentido de la oportunidad. Por lo general, resultan más objetivos cuando siguen al mensaje central. "Esto es como le paso a aquél..."
3. Nunca comience diciendo: "Aunque yo no sé contar chistes..." si es cierto, los alumnos lo advertirán sin necesidad de que lo diga.
Contar chistes no requiere más recursos dramáticos de los que de modo natural emplean muchos profesores para hacer teatro. Siéntase libre de expresarse con naturalidad y no habrá mayores inconvenientes.
Salvador Camacho Pérez, El humor en la educación 1999
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